La camella de la ciudad.
Ella
no sabía nada del amor, solo sabía activar la bomba de la ilusión y salir
corriendo. Cuando me conectó al explosivo que había fabricado en cuestión de
segundos (lo que tardaba en echarme una mirada de esas que te atraviesan de
arriba abajo y en doble dirección) fue a comprar dinamita para fabricar unas
cuantas bombas más, en la misma tarde, mientras paseaba por el centro de la
ciudad e iba echando miradas a hombres de camisa y rompiéndoles los cuellos con
el movimiento de su culo. Para ella empezar una relación era conectarse con la
otra persona a cientos de kilos de pólvora y esperar la explosión definitiva que
lo rompiese todo, y las diosas nunca tienen que morir.
Esperaba
en el sofá de casa y, cuando oía que las bombas habían explotado, bajaba a la
calle corriendo a buscar los corazones que salían volando por los aires y caían
del cielo. Se los llevaba a casa, tenía una vitrina llena de trofeos, o de
corazones reventados, que para ella era lo mismo. Si ella hubiese salido en una
película de suspense el mayordomo no hubiese sido el asesino, ella lo hubiese
matado antes subiendo las escaleras de casa y mirándole mientras le pedía que
cortase el jardín. Y sí, mi corazón reventó y saltó por los aires justo cuando
vi que miraba a otro hombre como me había mirado a mí. Ni siquiera sabía su
nombre, ni dónde vivía, pero que importa eso para pillarte por el mejor culo de
toda la ciudad y por esos ojos azules en los que te apetece naufragar y
ahogarte en ellos si hace falta. Y desde que pasó por mi vida no he podido
ilusionarme, por su culpa o por la mía (que aún me dura el eco de aquella
explosión de ilusión), de otra mujer. En el barrio se rumorea que ella siempre
quiso ser heroína de pequeña, y al final se ha terminado convirtiendo en mi
adicción (la mía y la de cientos de hombres más que la vemos inalcanzable
cuando creíamos que la teníamos ya comiendo de nuestra mano) y consumiéndome la
vida cada vez que la veo encenderse un cigarrillo por la Avenida. Y es que ella
era una calientapollas, le gustaba meterte la ilusión en la bragueta a través
de la mirada mientras se mordía el labio y luego te daba una palmadita en el
culo cuando pasaba por tu lado y ya le echaba el ojo a la siguiente bragueta.
Muchos la llamaban “puta”, pero aunque a mí me haya reventado el corazón, la
admiro, admiro su libertad y la forma en la que se ríe de todos los hombres de
la ciudad y como todos caen en la misma trampa. Es poderosa. Es la chica
rebelde que todo hombre sueña tener, quizá nos gusta tanto porque la vemos como
un imposible y lo imposible atrae más que todas las fuerzas magnéticas del
mundo. Su culo era el mejor imán de todos y la mirada se te quedaba ahí pegada
hasta que se giraba y te pillaba mirándoselo, y se reía porque sabía que otro
más había caído.
Se
convirtió rápidamente en la camella de la ciudad, ella era la única que
traficaba ilusión entre los hombres y solo te ponías a tono cuando ella te daba
un par de gramos, las demás camellas pasaban ilusión de mala calidad y nadie la
quería.
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