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Mostrando entradas de junio, 2013

La camella de la ciudad.

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Ella no sabía nada del amor, solo sabía activar la bomba de la ilusión y salir corriendo. Cuando me conectó al explosivo que había fabricado en cuestión de segundos (lo que tardaba en echarme una mirada de esas que te atraviesan de arriba abajo y en doble dirección) fue a comprar dinamita para fabricar unas cuantas bombas más, en la misma tarde, mientras paseaba por el centro de la ciudad e iba echando miradas a hombres de camisa y rompiéndoles los cuellos con el movimiento de su culo. Para ella empezar una relación era conectarse con la otra persona a cientos de kilos de pólvora y esperar la explosión definitiva que lo rompiese todo, y las diosas nunca tienen que morir. Esperaba en el sofá de casa y, cuando oía que las bombas habían explotado, bajaba a la calle corriendo a buscar los corazones que salían volando por los aires y caían del cielo. Se los llevaba a casa, tenía una vitrina llena de trofeos, o de corazones reventados, que para ella era lo mismo. Si ella hubiese sal

Aunque nunca hicimos las cosas bien, siempre las hicimos a nuestra manera.

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Eras la típica chica que me decía que le encantaba la música en las películas, que hace que las emociones se sientan aún mucho más fuertes. Yo siempre te decía –con mi tono alterado y susceptible, como si el mundo estuviese siempre en mi contra, que creo que lo está después de hacer que tuviese que aguantarme a mí mismo- que la música en las películas es una jodida mierda, que la ponen como una señal de tráfico para saber lo que tienes que sentir, y yo sé cómo sentirme en cada momento sin que me lo diga una jodida melodía. Y todo esto lo discutíamos mientras tú te duchabas y yo me sentaba en la taza del váter a leer y a mear, sí, a mear, la desilusión me pasaba bastante durante el día como para tener que mear de pie. Y tú te tumbabas en la ducha, te dabas jabón por los brazos y me decías que dejase de leer tanto, que me estaba volviendo un paranoico leyendo tantos libros de los mejores escritores de la historia, que todos ellos estaban sobrevalorados. Y es que es normal que di

Todos los trenes son iguales.

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A veces es mejor pegarle un puñetazo en la boca al estómago para matar el nido de mariposas que se quiere asentar en él y así abortar un posible enamoramiento o que mi lengua encuentre en tus caderas el precipicio perfecto para suicidarse por amor. Puede que sea mejor ir en el metro mirando al suelo, por si me cruzo con tu mirada y no puedo evitar quitarte el ojo de encima y despedirme de ti mirándote el culo cuando salgas, sin impedir que todo el metro se dé cuenta de que lo he hecho (y aunque no lo creas hay culos que enamoran igual que una mirada). Quizá sea mejor hacer que el mundo pase desapercibido delante de mis ojos por si me cruzo con una chica que esté doctorada en abrazos que dejan un vacío enorme cuando se va y te hacen sentir que el vacío está más lleno que tú. Tal vez sea mejor impedir preguntarme algún día por qué tardas tanto en volver del estanco si allí solo venden tabaco y aún compras a escondi

Siendo inalcanzable estás más guapa.

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Pudimos ser un fue que no será   por tu claustrofobia a vivir en el corazón de alguien. Somos una historia  que empieza con un:  "Érase una vez un era que nunca fue". Pudimos haber esperado a que todos los semáforos se pusiesen en verde para besarnos mientras estaban en rojo.  Pudimos haber perdido todos los trenes del mundo porque nos servía con mirarnos a los ojos para huir bien lejos.  Nos hemos perdido cientos de cafés con vistas al infinito mientras te escribía notas invitándote a follar después. Podríamos habernos amado aunque lo hiciésemos mal, como cantar bajo la ducha, pero ser felices dándolo todo. Podríamos haber mantenido siempre la bonita costumbre de hacernos las cosas mal y solucionarlo todo con un polvo.  Ya no me podrás gustar mientras calles, mientras gimas o grites o me mires con la boca abierta sin decir nada pero diciéndomelo todo. Pudiste ser el clavo que me sacase el otro clavo, pero tu clavo también se ha