La camella de la ciudad.
Ella no sabía nada del amor, solo sabía activar la bomba de la ilusión y salir corriendo. Cuando me conectó al explosivo que había fabricado en cuestión de segundos (lo que tardaba en echarme una mirada de esas que te atraviesan de arriba abajo y en doble dirección) fue a comprar dinamita para fabricar unas cuantas bombas más, en la misma tarde, mientras paseaba por el centro de la ciudad e iba echando miradas a hombres de camisa y rompiéndoles los cuellos con el movimiento de su culo. Para ella empezar una relación era conectarse con la otra persona a cientos de kilos de pólvora y esperar la explosión definitiva que lo rompiese todo, y las diosas nunca tienen que morir. Esperaba en el sofá de casa y, cuando oía que las bombas habían explotado, bajaba a la calle corriendo a buscar los corazones que salían volando por los aires y caían del cielo. Se los llevaba a casa, tenía una vitrina llena de trofeos, o de corazones reventados, que para ella era lo mismo. Si ella hubiese sal...