"En eso que te enamoras justo cuando el tren se marcha"
Lo mejor de perder trenes en la vida es que a veces tienes
suerte y te toca compartir asiento de estación con los ojos más bonitos de todo
Madrid, con los párpados cansado y las ganas de dormir más bonitas que he visto
nunca en hora punta, y con los labios rojos que más ganas me han entrado de
morder en la vida. Y me empiezan a temblar las rodillas, y no es de nervios, si
no de ganas de acercarme un poco más y decirle que su sonrisa es un súper
poder, que si quiere ser mi heroína y salvar todas estas heridas antes de que
se desangren. Pero justo cuando iba a dar el paso de acercarme y preguntarle
qué hora tenía (y morderme el labio mientras mirabas el reloj y no me veías), se
ha levantado a recibir a una amiga que bajaba del tren al que iba a subir yo, y se marchan de aquí, y me quedo allí asomado en la puerta del tren viendo como
camina y sumando mentalmente la cantidad de cuellos que habrá partido, y
que le quedan por partir, por la Gran Vía con su forma de mover el culo. Tomo
asiento al lado de la ventana porque quizá me da tiempo a volver a verla por el
andén antes de que se marche. Y pienso que quizá este día sea el que la he
podido tener más cerca que nunca. Y hasta el tren tiene la sensación de
descarrilar estando quieto cuando lo mira.
Aunque seguramente ni te hayas fijado en mí, y me hayas
mirado como quién mira un rostro que le es indiferente, la verdad es que te has
quedado bien grabada en la zona de cosas mágicas que recordar sin esfuerzo, y
me encantaría que esta noche vinieses a mi cama, que me constases secretos y me
gimieses bajito al oído antes de dormir. Pero probablemente le gimas a otro en
el oído, aunque estoy seguro de que nadie sabría hacerte eses con la lengua en
tu ombligo como sería capaz de hacerlo yo. Para mí vas a ser siempre la chica
de la estación de tren, la única. Y de repente me han entrado ganas de coger un
día e invitarte a tomar café a una cafetería de estas que tienen las mesas al
lado de ventanales enormes, que te dejan ver como arde el cielo cuando el sol
cumple su jornada laboral. Sentarnos frente a frente, en una mesa redonda para
dos, mirarnos pensando que somos eternos y mirar el cielo pensando en lo bonito
que sería vivir en un vuelo permanente visitando cada ciudad desde el aire. Y
cuando nos trajesen el café te observaría firmemente, me quedaría embobado al ver la facilidad con
la que me inspiran tus sorbos y tus ojos mirándome de reojo. Cogería una
servilleta y te escribiría: “¿Quieres ir a follar después de terminar el café?”,
que me entrarían ganas de salir de allí corriendo, o encerrarnos en el baño,
que me calentarías demasiado viéndote como bebes café con tanta delicadeza y a
conjunto con tu jersey gris y esas puntas pelirrojas que caerían en caída libre
por tus hombros.
Quiero que seas la monstrua de debajo de mi cama y que el
próximo tren lo cojamos juntos a la misma hora después de haber compartido
sábanas y haber salido corriendo por todo Madrid porque no llegábamos a tiempo.
Tu chico de la camiseta gris.
De repente te vi. Me
viste y nos vimos. Me di cuenta de que también miraste mis labios Chanel, y mi
corazón, aunque no tan caro y mucho más rojo padecía palpitaciones
descontroladas. Nuestras pupilas se clavaron, casi superponiéndose, y en ese
milisegundo pude sentir cómo te ruborizabas. Era la química. Mi dosis matutina
de dopamina. Y justo en el momento en que iba a acercarme y preguntarte si
tenías fuego, tuve que marcharme. Me mirabas el culo y tuve que aguantarme las
ganas de volver, encerrarte en cualquier baño y arrancarte esa camiseta gris.
Al chico de la
camiseta gris.
He intentado rebuscar
en mi interior y encontrar algo que me diga qué nos pasó, pero cuando te fuiste
desordenaste todo mi mundo y no dejaste nada en su sitio. Recuerdo aquella
noche, la luna brillaba tanto que quería hacerle competencia a tus ojos, pero
ni de coña lo conseguía. Rozábamos el mar con nuestros pies y nos sentíamos
liberados, y cuando nos tumbábamos en la arena, como si de mi rutina favorita
se tratase me dormía escuchando tu corazón. Mira, ahí aún tenías.
Pasábamos tardes
eternas mirando por la ventana, leyendo poesía y pensando en lo desastrosas que
eran nuestras vidas, follando después del café. Mañanas de resaca con el rímel
corrido escribiendo versos en tu espalda, versos convertidos en besos. Recuerdo
también cómo las duchas nos hacían sudar y cómo te encantaba colarte en el
probador cuando nadie miraba para hacerme gritar.
Supongo que un día el
verano acabó, y con él tu corazón. Nunca lo sabremos, esto tan solo es una
suposición. Los viajes que no hicimos, pero que podíamos haber hecho. Las
crisis que no tuvimos, pero que podíamos haber tenido. Las caricias que no nos
dimos pero que nos podíamos haber dado. Tan solo es lo que hubiera pasado si nos
hubiéramos conocido.
Tu chica de los labios rojos.
Por @MarieRocche la chica de los labios rojos.
Ojalá sea el primero de muchos escritos compartidos, chico de la camiseta gris.
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