Vuelves con un triste café.
Reapareces después de que te marchases sin pedir permiso, sin preguntar si me parecía bien; después de dejar mi cuerpo incendiado esperando que volasen las cenizas, marchándote haciendo ruido. Recuerdo cuando nos vimos por primera vez, cuando querías huir nadando por un mar de tu mundo, y yo tenía en mis ojos el mar azul en el que podrías perderte, y te perdiste, y al final terminaste haciendo que me perdiese yo, solo, sin ti. Cuando seguías poniendo puntos suspensivos a aquella historia que sabías perfectamente que se merecía un punto y final, dilatando cada día un poco más la herida, esa herida que hoy me rasco a ver si sangra alguna solución para salir adelante. Y ahora vienes como si nada resumiéndome tu noria de vida loca con un triste café, contándome mil historias que dejaste atrás con la sombra camuflada del humo gris de un cigarro en las noches frías, en las que despertabas en camas que no eran la tuya; y me pregunto a que te sabrían los besos que me dabas sin ganas. Mientras hablas tiembla tu cuchara, golpea tu tacón en el suelo con la coordinación precisa del compás del tiempo y eso no queda bien. Una vez curado y superado el trauma amoroso que dejaste en mí al irte, me permito el lujo de observar tu cabello raro, tus uñas maltratadas por los nervios impulsivos, tus dientes amarillos de la adicción al tabaco, tus ojos tristes faltos de vida, tus labios secos vacíos de amor, tu arrepentimiento de haber dejado escapar al único hombre que te cuidaba, arrepentida de haberme dejado. Hablas como si te hubiese preguntado interesado por tu vida, y aún no sé a que viene tu llegada a mí, después de no haber valorado lo que tenías. Tu vida parece ahora demasiado triste, tus lágrimas tratan de conmoverme pero queda ya un poco lejos el momento en que me derretía ante ti. Esperaré a que el minutero del reloj marque la hora que te haga marchar de aquí y pediré al destino que no aparezcas más y cumplas tu último adiós.
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